


Era normal que los obreros comenzaran a dudar de la honestidad de Leibniz y se quejaran. Alegaban que este "filósofo-consultor" no parecía saber demasiado del negocio de la extracción minera, que planteaba fantasmagorías matemáticas de imposible traducción en la práctica y que, además, miraba demasiado por su interés económico.